Rafael

Tal vez ya les haya contado esto, pero siempre me viene a la mente precisamente porque son pocos los recuerdos que me gusta guardar de mi infancia. El día de reyes era esperado por mi y por mis hermanos como cualquier chiquillo de esa época. ¿Quién a esa edad puede no entusiasmarse con un juguete de origen mágico y misterioso?

Los juguetes que recuerdo gratamente:

1. Era un muñeco mecánico que funcionaba con una pila de esas gordas. Vestía un traje un poco peculiar. En una mano sostenía una copa o un vaso no recuerdo bien y en la otra una botella de licor. Se balanceaba y fingía servir de la botella al vaso y acto seguido empinaba el codo. Finalmente una luz de color en su interior hacia el efecto de que su cara se pusiera muy roja. Cambiaba de tono y se repetía el ciclo.

2. Un ferrocarril o trenecito que me duró bastante. No era muy grande la vía pero dentro de ella cabía una cabaña donde habitaban unos vaqueros, también cabía un corral con un caballo y un tepee indio. También era de pilas, alguna vez dejo de funcionar y un tío me lo arregló.

3. Un patín del diablo, que también me duro varios años y que en la parte trasera tenía una especie de pedal que se oprimía para frenar. A pesar de tener bicicleta, prefería surcar velozmente la calle de Río Blanco o Euskaro, así como toda la Colonia Industrial en ese vehículo. Creo que llegué a dominar el fino arte de su conducción, hasta hacía trucos y maromas.

No obstante, creo que el mejor juguete que tuve o al menos el que más valoro a la distancia fue una bicicleta que en realidad no me gustaba tanto y que siempre quedó en algún rincón hasta que que quedó inservible y literalmente para la basura. Recuerdo como si fuera ayer que mi padre me pidió que hiciera la carta a los reyes, la leyó y comenzó de manera muy sutil a tratar de que cambiara yo mi pedimento. ¿Para que un carro de bomberos, si eso era para "niños chiquitos"? Yo ya "era grande" y merecía tener una bicicleta. El futuro era realmente promisorio: "darle la vuelta a la manzana". No fue tarea fácil para mi padre, que se llamaba Rafael, un tipo duro forjado en la milicia. Tendría yo algo así como ocho años y el mismo carácter testarudo de él. No recuerdo bien si fueron varias hora o varios días en que el tema era la dichosa carta. Finalmente fuí convencido y cuando menos la bicicleta me llenó de gusto algunos días.

Años más tarde me enteré de que mi padre, que era harto previsor, había comprado la bicicleta con mucha anticipación. Mis deseos iniciales sólo fueron una piedra en su camino que él pudo retirar antes del seis de enero. ¡Cuánta paciencia tuvo mi padre conmigo para que cambiara de idea!

Mi padre muríó cuando tenía once, la última vez que recibí reyes fue a los doce, ese fue el día de reyes más triste para mí por varias razones. Pero eso es otra historia ...

¡Que vivan los Reyes Magos!

La nostalgia a todo lo que da ...