Ser Padres

Esa vez supe que las cosas serían diferentes.  Ya lo había presentido pero el sentimiento fue inesperado. Ya era de noche y mi esposa me dijo que se había roto la fuente. Tenía yo planeada la ruta rumbo al hospital, hablamos con su doctora, ella nos alcanzaría allá. No puedo abundar en detalles, pero si les cuento que estuve en el quirofáno mientras nacía mi primer hijo, que en este caso es hija. Estuve quieto mirando el proceso, la doctora certera, el anestesista, las enfermeras y alguien que estaba un poco separado del grupo y que después conocí más a fondo: el neonatólogo y pediatra.

Entonces sucedió. Mi hija salió del vientre de su madre y sólto su primer llanto. Estaba yo feliz, sabía que era un gran esfuerzo para mi esposa, pero mi sorpresa al ver a esa pequeña criatura me distrajo totalmente. Debía salir del quirofano y por un segundo no supe si seguir el destino de mi esposa o el de mi hija, ellas se iban en sentido contario y mi mente me trajo una revelación: era yo padre.  

Creo que al ver mi confusión, alguien me dijo que fuera a la sala de espera y que de ahí me llamarían. Todavía fuí a seguir a mi esposa a su cuarto cuando me llamaron para que fuera a los cuneros, ahí una monja ya tenía a mi hija limpia y arropada. La pude ver por el vidrio antes de entrar a cargarla. Abrió sus ojos y me miró. El flechazo fue inmediato. Me enamoré de esa persona.

Diez años después mantengo una relación más que cariñosa con mi hija, verdaderamente entrañable. He aprendido a dejarla que vaya formando su propio carácter aunque algunos de sus razgos los reconozco como propios. Aunque supuse que sería mejor que primero fuera el niño y luego la niña, sucedió al revés. Mi hijo acaba de cumplir seis y me gusta que sea tan relajada nuestra relación. La presión es con la mayor, siempre tuvo toda nuestra atención. El más chico no fue tan demandante. Actúan diferente, son casí polos opuestos pero se llevan bien. Ambos son el orgullo de mi más profundo nepotismo.

¿Y bueno, para que buscamos ser padres?

Creo sin duda que deseamos un amor incondicional como sólo la relación padre-hijo puede dar. Los vamos a querer toda la vida. Bueno, toda la vida que nos quede a nosotros

Ahora ellos son un importantísimo motor que nos hace trabajar duro y echarle ganas a la vida todos los días. No hay lugar para la duda, siempre seguimos adelante. Apenas ayer se despertó mi hija llorando, había tenido una pesadilla, por alguna razón en su sueño yo había muerto. Como es natural la consolé y le dije que nos se preocupara, que siempre iba a estar a su lado. Y sabemos que eso no es cierto. La ley de la vida indica que debemos partir primero que ellos. Aunque me consuela que ellos partirán primero hacia su independencia y harán su propia vida y su propia familia.

La única cosa que me pesa es no haber sido padre más joven, ya llevaría un poco más adelantado el camino. A mis cincuenta me preocuparía no tener el suficiente aliento para verlos madurar y emprender el vuelo. No se si vayan a ser ateos como sus padres, pero por lo pronto no los he bautizado. Ellos sabrán escoger su destino, su carrera si es que la desean, sus amores, su propia música.

Creo que me comprenderán mi amigos co-blogers porque también son padres y sé que se sienten orgullosos de sus críos. Hay muchas cosas por agradecer, una de ellas es que los hijos nos dan la oportunidad de aprender en cursos realmente intensivos las verdades de la vida. Ellos son los maestros y nosotros su apoyadores.

No hay escuela para padres, hay que ir aprendiendo en el camino, esa dicha no la podrá opacar nadie.

Y bueno, esos padres que veo desde aquí. ¿Cómo son?

¿Estrictos? ¿Consentidores? ¿Aprehensivos? ¿Despreocupados?

No importa como sean, lo que si espero es que sean felices.