Las Vías

En aquella escuela primaria, por alguna razón que desconozco, sólo había alumnos varones. Todavía existe el plantel y se ubica a unas cuantas cuadras de la Basílica de Guadalupe, pero ya es mixto. El primer día de clases me llevó mi mamá y a partir de ahí nunca más lo hizo, aunque si asistía a los festivales del Día de las Madres y cosas así. Tengo dos hermanos mayores que estaban en la misma escuela, pero prefería ir solo, ya que me hacia sentir mejor. Salíamos juntos de la casa, pero tomabamos rutas diferentes. Yo acostumbraba pasar por mi amigo "El Gato" a su casa y de ahí nos íbamos juntos. Recuerdos varios, de seis años de mi vida empleados para obtener la formación básica, sin duda una escuela, en aquellos años, de excelencia en varios sentidos. Usabamos el uniforme con pantalón de gabardina gris, camisa blanca y suetér azul rey con dos franjas blancas en una de las mangas y un escudo de plástico hincado en el suetér mediante un broche. Podría pasar horas platicando de los buenos momentos que pasé en esa escuela, pero hoy me siento algo lúgubre y recordaré que también derramé lágrimas amargas.

No sé porque pensaría que tener dos hermanos mayores en la misma escuela me podría ayudar de alguna forma. Craso error. No sólo me tenía que cuidar de posibles agresiones enemigas, sino también del "fuego amigo", a veces más rotundo que el primero.

En la calle de atrás de la escuela se ubicaba el paso del ferrocarril, de vez en vez se escuchaba ese sonido característico del tren que anunciaba su llegada. Había varias bodegas donde se descargaba diversas mercancias y materiales, era un lugar donde asistíamos por varias razones, entre ellas la necesidad de estar solos. Se podía caminar por debajo de los vagones y platicar con el amigo a la salida de clases.

No era raro que hubiera "diferencias" entre los compañeros de la escuela, pero siempre había una salida para ello. La frase era conocida por todos, una especie de fatalidad inevitable o exorcismo que podía resolver la frustración del momento: "Nos vemos en la vías".

Me recuerdo subiendo los peldaños de la escalerilla del vagón hasta el techo, para encontrar un lugar lejos de todos y poder soltar el llanto contenido, la rabia infantil, la impotencia que se siente al perder el juego de los puños.

Fueron varias veces que se repitió la historia, yo era muy delgado y poco hábil en el asunto de soltar catorrazos. Tuve que aprender a hacerlo. Me prometí no volver a llorar y poco a poco lo conseguí. Si antes podía ser víctima de compañeritos que veían en mí un rival fácil, me convertí en una verdadera amenaza y después logré que ellos tuvieran la seguridad de que la iban a pasar muy mal si me retaban o atendían a mi reto. No fue fácil, ya que en vez de contar con el apoyo fraterno me tocó lidiar con la actitud contaria. Creo que eso me dolió tanto o más que las bofetadas recibidas. No, nunca fuí un bravucón, pero aprendí que no se podía andar por la vida sólo con educación y buenas intenciones. Mientras escribo estas líneas se nubla mi mirada, la nostalgia hace presa de mí. Quisiera pensar que puedo evitar que mi hijo tenga que derramar lágrimas, pero también pienso que nadie puede vivir en una búrbuja de cristal. Además, ahora los niños son diferentes.

Claro, se peleaba uno por tonterías, pero en ese momento esas tonterías tenían gran importancia. Luego venía la reconciliaciación, el abrazo del compañero, la torta convidada a la hora del recreo. En algunas ocasiones nos quedabamos de ver con los compañeros para algún trabajo escolar o para alguna aventura. Era otro el tono, pero las mismas palabras: "Nos vemos en las Vías".

Y ustedes, ¿Son nostálgicos o esdrújulos?