Don Luis

En el transcurso de la vida se cuzan caminos con los destinos de otras personas. A veces para bien, a veces no tanto. Entre todas las personas se distinguen aquellas que te tienden la mano sin mayor interés que el de ayudar. En la medida de sus posibilidades muchas personas nos han ayudado a transitar por la vida de manera más amable. Además tienen el Don de la oportunidad. Cuando más se les requiere, aparecen como caidos del cielo. Sí, tal vez sean ángeles.

Conocí a Don Luis cuando era yo adolescente. Así le decíamos todos. Llegaba siempre de buen humor, era empleado del Colegio de Bachilleres y completaba su ingreso en el negocio de la ruleteada. Era taxista, pues. Una vez me explicó como en el radio de su vehículo tenía programada música para todos los gustos y que de acuerdo al tipo de persona que viajaba en el taxi, él hacia variar el ritmo para agradar a sus clientes. Pensar en el otro como rutina de trabajo. Yo creo que era feliz en su trabajo, porque siempre estaba de buenas. Llegaba con la palomilla de la calle y jugaba fútbol o cualquier otra cosa que estuvieramos jugando. Transmitía su buen humor, intercedía en las diferencias. Era respetado.

En la secundaria comenzaban a aflorar otras necesidades. Había que invitar un helado a esa chavita que te provocaba nerviosismo cuando hablabas con ella. Otros amigos te invitaban a salir, a dar la vuelta. Se requerían recursos, o te podías confinar al ostracismo social. Para un adolescente eso puede ser la anticipación del fracaso posterior. Yo trabaja en vacaciones y tenía mis guardaditos, pero a veces no me alcanzaba. No podía pedir en casa, la vida era limitada. Había lujos que no me podían financiar. No tenía padre, pero entonces aparecía Don Luis y te sorrajaba una frase más o menos fraterna: ¿Cómo estás mi flaco? ¿Cómo te va?. Entonces platicabamos, él ensartaba aguja para sacar hilo. Yo soltaba toda la sopa. Tal vez porque él no tenía hijos apoyaba a otros, siempre escuchaba, rara vez criticaba. Entonces me decía: Mira te voy a prestar para que lleves a tu chava al cine. Claro había cosas más valiosas que ahora bien recuerdo: consejos.

Y le pagaba en abonos chiquitos, le lavaba el coche, le hacía encargos, chambitas. Siempre le debía poco o mucho, así que no perdía oportunidad para tratar de emparejar la cuenta. Tal vez el pago que le hacíamos era escucharlo cuando le daba por platicarnos su vida. Pero no platicaba solamente, actuaba cada escena, tomaba varios papeles a la vez, era muy ameno. No, definitivo, creo que escucharlo no era un pago, tal vez la deuda se ampliaba.

Cuando empecé a ir a la Universidad me alejé de la palomilla, comencé a trabajar en otras cosas. Don Luis se mudó del barrio. A veces tengo la sensación de que mi padre que murió cuando yo tenía diez, me había encargado con Don Luis. Alguna vez ya grande volví a verlo. Platicamos. Le dije acerca de lo agradecido que estaba con él por su apoyo de aquellos años. Le dió gusto. Me dijó que él nunca tuvo a quién recurrir en su adolescencia, que su padre lo había tratado muy mal, que había tenido que salir de su casa desde muy joven a buscar su vida. Creo que siempre nos ayudó, precisamente porque él no tuvo quien lo ayudara. Curiosamente otras dos personas, vecinos que me apoyaron en menor grado, tenían el mismo nombre.

Sí, esta historia es real, como muchas otras. A veces sólo platicamos las cosas malas que nos pasan, a veces es bueno recordar este tipo de historias que nos hacen tener conciencia de quiénes somos y por qué.

Podemos llegar a ser arrogantes, pero nunca malagradecidos.

Señores, señoritas, caramelos y bolitas ... que tengan un excelente fin de semana.

Gwen Stefani, para cortarse la venas con una galleta maría ...