In Memoriam

¿Y que hay de botana?

Le llamábamos La Ratonera. No me acuerdo como se llamaba. Estaba en Bucareli, abajo de Excelsior, junto a la legendaria La Mundial.

Sólo vendían cerveza. De barril, clara o negrita, en los vasos largos, las cañas, o embotellada. ¿La botana? Muy sencillo, o muy sencilla mejor dicho: la que algunos conocen como Mexicana, otros como Pico de Gallo, o sea, cebolla, jitomate y chile picados. Se la poníamos a las tostadas, bueno, a las tortillas que compraban de las que sobraban en las taquerías cercanas y ponían a freír.

No más, pero no menos. Y ¿vieran qué sabrosos estaban esos bocadillos? Digamos esos pinchos aztecas. Dije pinchos. Yo en realidad no fuí, lo que se decía en el argot reporteril un chelero. Iba, pedía una caña cuando hacía muchísimo calor o... cuando andaba medio crudito. Ya desde que tocaba uno el vazo sudado, y probaba el líquido frío, y luego esas tortillas con salsa picosísima, porque había de dos, de chiles serranos y de árbol.

¿Lo de ratonera? Daniel Barragán, un querido amigo que ya murió, reportero de deportes le puso así porque en alguna ocasión estaba haciendo pipí y de pronto vió, junto a él, observándolo, a uno de esos animalejos que tanto horror me provocan.

Tanto que cuando me daban ganas de ir al baño, me salía, me iba al lado, a la famosísima Mundial.

Ahí, en La Mundial podía uno, novato entonces, ver a las estrellas del periodismo, no sólo a las llamadas vacas sagradas de El Universal y Excélsior, iban de otros periódicos. Y de la tele. Mi querido Jacobo entre ellos. Serafín, un español, era el encargado. Vendían tortas de lomo, de pierna, de chorizo, de jamón serrano.

En realidad, a no ser por mis ingresos clandestinos al mingitorio, para no entrar a los de La Ratonera, miedoso que soy, les digo, sólo una vez estuve ahí consumiendo, era muy cara para mis posibilidades de entonces.

Nosotros íbamos a Las Américas. Enrique era el mesero de confianza. El encargado estaba igualito al abuelito de Capulina en la versión de historietas. Se portaban bien, fiaban, nos daban de comer aunque sólo tomáramos un refresco si no teníamos dinero o ganas de brindar.

¿La botana? Bueno, además de los cacahuates, de las cebollitas cambray, servían, según el día, ¡mole de olla!, pozole, ¡pata de res en salsa verde!, carnitas los sábados, y taquitos de moronga, de picadillo, de chicharrón en salsa.

Ahí en Las Américas vimos varios partidos del mundial de Argentina, aquel en el que quedamos en último lugar. También de las liguillas del fut mexicano. Y peleas de boxeo. Se hacía buen ambiente.

Y precisamente por estos días me he acordado de esas y otras cantinas.

Porque aunque a la selección mexicana le tocaron dos partidos muy temprano, el que se le ganó a Francia fue a la una y media y según supe, hubo lleno en todos los lugares de salud y convivencia.

Las cantinas. Cuántos brindis, lágrimas, risas, discusiones, canciones. Porque no faltaban los tríos, o el trovador solitario de voz temblorosa. Y los vendedores de uniformes de futbol o de muñecas, que había quienes compraban por el puritito remordimiento.

Las cantinas. Sus personajes, los de la barras, los meseros, los habituales. El de los buenos chistes. El de la sabrosa plática, las incontables anécdotas. El mala jarra. El simpático gorrón de un-par-y-me-voy.

Y la seña tan conocida, el índice hacia abajo, dibujando un círculo, que indicaba que ¡igual para todos!

Y, desde luego, ante todo, la pregunta típica, la de entrada: "¿Qué hay de botana?" Que en realidad botana, botana, no era. Servían, sirven riquisimos platillos. Tantos que pocos eran los que terminaban con todo lo que se nos ofrecía. Y las tortotas. Y los chamorros.

Antes de que se levantara la prohibición para que entraran mujeres a las cantinas, varias veces escuché voces femeninas que decían que les gustaría ir nada más para probar las botanas de las que tanto hablaban sus maridos. No, ya no he ido hace tiempo. Los partidos los he visto en casa, con mi principessa. El boxeo también. Jarras, pues sólo virtuales, con mi familia de confianza, la del blog.

¿Y ustedes qué pedían, qué piden de botana?

¿Han ido, fueron a esos templos del beber a jugar dominó, a charlar, a ver juegos de fut y escuchar a los expertos que nunca faltan?

Pues a brindar... digo, a charlar, a recordar.

¡Salud!

Crónica invitada

In Memoriam

Fidel Samaniego Reyes (1953-2010)