Era un viernes ...

Tendría yo 27, era mi primera visita a la blanca Mérida. Teníamos mi compañero y yo un plan de trabajo para una semana. Habíamos visitado Progreso y prácticamente habíamos terminado en un solo día nuestro encargo. Así que ...

Esa noche nos bebimos dos botellas de vodka. Eso da ... a ver déjenme ver: una botella por cráneo. Hacía rato que no me divertía tanto. Fuimos por el rumbo del aeropuerto a un cabaret. Se presentaba la Princesa Lea, una mujer canadiense que quitaba el aliento cuando por casualidad te dirigía la mirada. Nosotros en primera fila, es decir, en primera mesa. Cuando regresamos al Hotel íbamos hablando inglés. Nuestros sentidos realmente estaban alterados.

Al día siguiente desperté como a la 9:00 a.m., sentía que la cama daba vueltas. Pensé en seguir dormido, pero recordé que había citado a alguien a desayunar las 8:30. Salté de la cama y me fui directo al baño, una ducha y como pude bajé al restaurante. Mi invitado ya estaba desayunando. Traté de escuchar lo que me decía y regresé en cuanto pude a la habitación, mi compañero estaba dormido.

A mediodía desperté de nuevo y se me ocurrió una brillante idea. Tomamos el autobús con destino a Cancún. Luis había resentido más que yo la resaca y el viaje le hizo volver el estomago. En aquél entonces Cancún era, digamos, menos denso. Esa noche volvimos a las andadas, está vez mi amigo no tomó casi nada y le dije que le tocaba cuidarme. Y allá voy: otra borrachera.

No sé en que artes un tipo se me acercó en el bar y me dijo que iba con unas amigas y que necesitaba apoyo moral. ¿Apoyo Moral? Ja, ja, ja. Fuimos a bailar con ellas. El nos había advertido que eran chicas con ganas de divertirse pero que una en particular estaba reservada para él. Canijo alcohol, olvidé ese pequeño detalle. Creo que fue atracción al primer tequila sunrise. Ya en México, la busqué, pero creo que había yo anotado mal su número de teléfono.

Ella me buscó después y comenzamos a salir. Un día se me ocurrió tocar la puerta de su casa, porque veía que no salía. Craso error. Un muchacho salio y me dijo que ella no tardaría, que había ido al centro de compras. Por fin llegó. De mi mente no se apartaba cierto gesto de su hermano. Por fin pude preguntarle a ella: ¿Cuantos años tienes?

Estábamos en el Carrousel de la Zona Rosa, era un viernes, ella evitaba la respuesta. Finalmente me dijo: dieciséis. Entonces comprendí el asunto, me cayeron los veintes uno por uno como fila de naipes. No, no parecía de dieciséis. Dejé de verla. De vez en cuando la traigo a mis recuerdos como una travesura, como una promesa no cumplida.

¿Así, o más cursi?

Viernes de patoaventuras, la timidez para otra ocasión, estamos entre amigos, venga de ahí ...